

Si los casos de censura ya constituyen un insulto grave al periodista concienciado, los montajes de desinformación propios de la guerra lo llevan al límite. El autor recuerda los esfuerzos del Régimen en perpetrar tretas tan diversas como mostrar a la prensa un hospital de supuestos heridos, que en realidad eran militares interpretando; o plantar un obús en medio de un plaza civil, alegando lo descuidados que eran los norteamericanos al atacar aquella posición. El otro bando también produjo varias artimañas similares. Sistiaga recuerda aquí el sonado caso de falso endiosamiento de la soldado norteamericana Lynch. Una vez más, la astucia del periodista debe desentrañar estas tretas, pues es su trabajo el de desconfiar de la información transmitida por partes interesadas en el conflicto.
Pero el título del libro “Ninguna guerra se parece a otra” denota cierta novedad en esta Guerra de Irak, diferente de cualquier otro conflicto anterior. La amplia cobertura informativa de los ataques e incluso la inmediatez del directo televisivo fue capaz de llevar la guerra al televisor de cualquier casa. Toda una generación que, entre videoclip y videoclip, fueron testigos del firme bombardeo a Bagdad; una lluvia de fuego y metralla que puso fin a todo un Régimen. El autor explica al lector hasta qué punto este hecho cambió las reglas del juego. El papel del reportero en una guerra se ha intensificado durante los últimos años hasta formar un bando por si sólo. Es el bando que en un entorno de desinformaciones interesadas, busca la verdad. El bando que da voz a las víctimas y que además ahora es capaz de retransmitir una guerra casi entera. Aunque ahora sea televisada, la guerra real no es bonita. Se cometen errores, como muy bien saben los altos cargos militares. Unos errores que, además, deberían acarrear consecuencias para sus ejecutores. La integridad del corresponsal de guerra está cada vez menos asegurada teniendo en cuenta esta nueva dimensión y la débil protección que los periodistas reciben a nivel internacional.
Jon Sistiaga, con una larga trayectoria como corresponsal de guerra, ha vivido de primera mano éste cambio. Si bien el libro se centra específicamente en la invasión de Iraq, el autor se da la libertad de ofrecer varios saltos en el tiempo, entre ellos el Conflicto Israel-Palestina y la Guerra de los Balcanes. Las comparaciones con la nueva situación ejemplifican esta nueva dimensión dentro de la profesión periodística. En el caso del asesinato de su compañero Couso por parte de un tanque estadounidense, el autor va un paso más allá. Sistiaga, deja entrever una posible relación entre éste nuevo y peligroso papel de los corresponsales de guerra con el ataque al Hotel Palestina, refugio de la prensa internacional durante la toma de Bagdad. Éste enfoque responsabilizaría directamente a los norteamericanos por el ataque a la prensa, quiénes supuestamente sabían el uso que se le daba al edificio. El mismo autor reconoce que jamás se sabrá la verdad y que la explicación anterior puede venir motivada por su implicación emocional en el caso.
Cabe mencionar, para finalizar, el uso que hace el autor de la presencia de José Couso. Aunque conocemos su muerte de antemano, su presencia nos acompaña durante todo el libro con divertidos comentarios y retazos de la relación de amistad con el autor. Una relación que va mucho más allá que el compañerismo profesional. Hacia el final, el relato de su muerte tiene el alcance demoledor en el lector que Sistiaga pretende conseguir. Estas particularidades hacen de “Ninguna guerra se parece a otra” una extraña mezcla de ensayo periodístico con un relato de corte personal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario