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lunes, 21 de abril de 2014

Seis días en Rumanía

Gracias al programa de intercambios ente periodistas Mediane del Consejo de Europa pude visitar Iaşi, una ciudad del noreste de Rumanía. Allí tuve la ocasión de ver por dentro la radio regional, Radio Iaşi. He aquí algunas observaciones: 

Un país europeo...

Rumania tiene una historia esencialmente europea. Sus regiones montañosas conservan castillos de la era medieval. Los centros de sus ciudades albergan gigantescos palacios al estilo vienés. El país tuvo que convivir con las presiones de los imperios colindantes que lo despedazaban o forzaban su política: el otomano, el austrohúngaro, el Reich alemán y la URSS. Aun así, las diferencias con los países de la Europa occidental se hacen evidentes. Más que compartir la turbulenta historia de la Europa imperial, lo que marco al país fue estar al otro lado del muro. En la actualidad, el país sufre un aberrante atraso en infraestructuras que estigmatiza las inversiones. No parece que lo producido, lo trabajado al fin y al cabo, que es mucho, se revierta en recursos para la población. Construir una carretera en Rumanía cueste varias veces más que en otros países, por la corrupción que hay de por medio. Las calles más allá del centro están mal pavimentadas. Rumanía es Viejo Continente, pero no está claro que sea Europa. No está claro que represente la idea actual de Europa.  

Después de 25 años, Rumania aún parchea las heridas de la era comunista. El país estuvo bajo el mandato de Ceaușescu y cayó bajo la influencia del Pacto de Varsovia, la alianza impulsada por la URRS para contrarrestar a la OTAN. La exitosa revolución de 1989 que derrocó el couminsmo pero se estrelló con la realidad: una economía estancada y escasamente preparada para el mundo globalizado. Había que espabilar.

El régimen de Ceaușescu tenía aspectos delirantes. De acuerdo con su concepción del socialismo, el estado provenía a todos con un trabajo y un alojamiento. A la vez, sufrían los típicos problemas de las economías planificadas: cartillas de racionamiento, colas interminables para recoger un poco de leche, escasez de productos...El país contrajo una deuda inmensa a cuenta de los países occidentales que prestaron dinero a Ceaușescu para mirar de atraerle a su órbita y abrir una brecha el Pacto de Varsovia. A principios de los años 80, el tirano decidió quitársela de encima lo más rápido posible exportando prácticamente toda la producción industrial y agrícola de Rumanía. Como consecuencia, se impusieron restricciones en la energía, el gas, los alimentos... La televisión se limitó a dos horas y se cerraron las radios regionales que le criticaban. Esto y muchos más problemas encauzaron la revolución de 1989. Eso sí, cuando Ceaușescu fue derrocado, la deuda estaba pagada. La vida cotidiana de los últimos años del comunismo la retrató muy bien el cineasta rumano Crisitan Mungiu en las Historias de la edad de oro 
 
El cine del régimen hoy - Albert Guasch

Yo estuve en Iaşi, la capital de la región de Moldavia, al norte del país, donde el peso de la historia se hace evidente. Es una ciudad que conecta muy bien con el pasado imperial de Europa. El centro histórico tiene edificios portentosos, dignos de cualquier capital europea, aunque precisan restauración. Fue designada capital cuando los Principados de Moldavia y Valaquia se unieron para formar el Reino de Rumanía. La antigua sede del gobierno es ahora el Palacio de la Cultura, un gigantesco palacio neogótico con poco que envidiar a Shönbrun. Sin embargo, no se puede visitar; lleva años restaurándose y parece que no hay dinero para azuzar el ritmo del lavado de cara.
 
Lateral del Palacio de la Cultura Iasi - Albert Guasch

La parte antigua de la ciudad parece construida a tontas y a locas; sin planificación alguna. Durante la era comunista se construía sin ton ni son y tras la revolución no había dinero para una remodelación concienzuda. Por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa más bonita de la ciudad está a tocar de una universidad, uno de estos feos edificios grises de hormigón, a los cuáles tan bien les sienta el adjetivo “comunista”. No existe algo como la Diagonal barcelonesa que reúna los edificios comerciales y financieros, todo está esparcido por la ciudad. Esto es aún más surrealista en la zona de viviendas. Al lado de pequeñas mansiones con dimensiones parecidas a las de Pedralbes puede haber chozas con huertos. Los edificios públicos heredados del comunismo suelen ser viejos y cochambrosos, pero prácticamente mausoleos si algún día se restauran. Por ejemplo, la universidad más importante (en Iaşi hay 9) es digna de ser considerada un palacio. Es un caos urbano parecido al de vuestras primeras partidas al Sim City.  

Curiosamente las viviendas construidas en la era soviética son ahora casas de familias adineradas: se cotizan mucho en el mercado. Las nuevos, que han sido construidos con presteza y materiales baratos siguiendo la lógica del mercado, son para famílias humildes. Es una de esas surrealistas contradicciones de la era comunista. Más allá del centro, las afueras de la ciudad se parecen más a las de cualquier otra ciudad occidental. Construidas ya después del régimen, no se diferencian substancialmente con, por ejemplo, el área metropolitana de Barcelona,  sólo que las carreteras son más anchas. Sin embargo, no hay muchos edificios contemporáneos interesantes. La revolución, al parecer, no alcanzó la arquitectura. En todo el tiempo que estuve vi sólo un edifico que me pareciera diferente y moderno: un hospital para tratar enfermos del cáncer.

El diálogo de Radio Iaşi  

Tuve la ocasión de trabajar desde la sección de noticias de Radio Iaşi. Siguiendo la estela del caos urbano rumano, a los de Radio Iaşi se les quedó pequeño el edificio antiguo y construyeron uno más grande detrás. El otro, dicen, es el Plan B por si jamás falla la emisión. Radio Iaşi era una delicia intergeneracional. La generación que llevó a cabo la revolución convive con los jóvenes profesionales que ya han ido de Erasmus.  

De los primeros había un hombre de unos 50 años que era geólogo pero que acabó ejerciendo el periodismo. Siempre se olvidaba de la hora del boletín y tenía que ir corriendo al estudio. Me contó un periodista veinteañero de la radio que le había tenido que enseñar prácticamente todo en periodismo. Tenía también un vicio curioso: contar siempre las visitas y actos del presidente sin ni siquiera mencionar qué había dicho. El presidente ha visitado una asociación. Pues vale. ¿Ha dicho algo importante? No sé. Una vieja manía que debió heredar del régimen donde cada vez que Ceaușescu se desplazaba, se montaba una gran parafernalia.

Este periodista convive con la generación Erasmus. En el turno de tarde trabaja una periodista que se fue a Madrid de Erasmus y habla muy bien el castellano. Ella dice que al volver de Madrid y aterrizar en Iaşi tuvo una depresión porque la comparación de las dos ciudades dolía. También había un joven que había hecho Erasmus en Lleida, hablaba el español y gracias (o debido) a los profesores empecinados en hacer clase en catalán, lo chapurreaba. Radio Iaşi es un sitio donde el  diálogo intergeneracional es ameno y funciona en ambas direcciones.

Hacia el crecimiento 

Esta brecha entre los jóvenes y los profesionales viene a demostrar lo rápido que ha cambiado el país. La nueva generación tiene ganas de tirar del carro. Esto ya se nota en algunos campos: la nacionalidad más contratada por Microsoft son los rumanos porque cobran sueldos bajos y están bien formados. Si algunas empresas aún dudan al instalarse al país es por el déficit en infraestructuras. Hablé con un empresario catalán afincado en Rumanía y decía que los rumanos en general son desconfiados para los negocios. Les gusta que hablen el idioma y para hacer negocios hay que situar la empresa ahí.   
 
Albert Guasch

En general, Europa representa una esperanza para Rumanía, la sensación que esta vez están en el lado correcto del muro. En sus calles me reencontrado con unos viejos conocidos que ya no se ven tanto en España: aquellos letreros anunciando que una obra se construye con el apoyo de fondos estructurales de la UE. En general están contentos de pertenecer a la Unión aunque de momento no quieren cambiar del Leu al Euro. La otra cara de la moneda es que aún hay gente que siente nostalgia por el comunismo y traen flores a la tumba de Ceaușescu. No parecen ser muchos. 

Existe aún mucho respeto por la economía tradicional. A los rumanos les gusta lo natural, lo ecológico, el contacto con su pasado agrícola. La agricultura sigue siendo un puntal para el país, dando empleo a mucha gente. Prueba de ello es que el rumano Dacian Cioloş, el Comisario de Agricultura y Desarrollo Rural sea uno de los comisarios más respetados e importantes en Europa; pues maneja el 46.7% de último presupuesto de la UE, que se destinó a la Política Agraria Común. Y si bien hay apego a la tradición, también existe el respeto por la modernidad. Paradojas del país, Rumanía está entre los líderes mundiales en velocidad de Internet.  

Los principales escollos que debe superar Rumanía para encarar un futuro más brillante son las infraestructuras y la corrupción. A menudo, ambos temas van ligados uno a otro. Una vez atajados, las perspectivas de crecimiento son buenas y según dicen en The Economist “tiene el potencial para dar alcance a los países más desarrollaos de la UE”. No solo los países grandes pueden ser emergentes. Los pequeños también tienen derecho a despertar.   
 
Albert Guasch

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