Gracias al programa de intercambios ente periodistas Mediane
del Consejo de Europa pude visitar Iaşi, una ciudad del noreste de Rumanía. Allí
tuve la ocasión de ver por dentro la radio regional, Radio Iaşi. He aquí algunas
observaciones:
Un país europeo...
Rumania tiene
una historia esencialmente europea. Sus regiones montañosas conservan castillos
de la era medieval. Los centros de sus ciudades albergan gigantescos palacios
al estilo vienés. El país tuvo que convivir con las presiones de los imperios
colindantes que lo despedazaban o forzaban su política: el otomano, el
austrohúngaro, el Reich alemán y la URSS. Aun así, las diferencias con los
países de la Europa occidental se hacen evidentes. Más que compartir la
turbulenta historia de la Europa imperial, lo que marco al país fue estar al
otro lado del muro. En la actualidad, el país sufre un aberrante atraso en
infraestructuras que estigmatiza las inversiones. No parece que lo producido,
lo trabajado al fin y al cabo, que es mucho, se revierta en recursos para la
población. Construir una carretera en Rumanía cueste varias veces más que en
otros países, por la corrupción que hay de por medio. Las calles más allá del
centro están mal pavimentadas. Rumanía es Viejo Continente, pero no está claro
que sea Europa. No está claro que represente la idea actual de Europa.
Después de 25
años, Rumania aún parchea las heridas de la era comunista. El país estuvo bajo
el mandato de Ceaușescu y cayó bajo la
influencia del Pacto de Varsovia, la alianza impulsada por la URRS para contrarrestar
a la OTAN. La exitosa revolución de 1989 que derrocó el couminsmo pero se
estrelló con la realidad: una economía estancada y escasamente preparada para
el mundo globalizado. Había que espabilar.
El régimen de Ceaușescu tenía aspectos delirantes. De acuerdo con
su concepción del socialismo, el estado provenía a todos con un trabajo y un
alojamiento. A la vez, sufrían los típicos problemas de las economías
planificadas: cartillas de racionamiento, colas interminables para recoger un
poco de leche, escasez de productos...El país contrajo una deuda inmensa a
cuenta de los países occidentales que prestaron dinero a Ceaușescu para mirar de atraerle a su órbita y
abrir una brecha el Pacto de Varsovia. A principios de los años 80, el tirano
decidió quitársela de encima lo más rápido posible exportando prácticamente
toda la producción industrial y agrícola de Rumanía. Como consecuencia, se
impusieron restricciones en la energía, el gas, los alimentos... La televisión
se limitó a dos horas y se cerraron las radios regionales que le criticaban.
Esto y muchos más problemas encauzaron la revolución de 1989. Eso sí, cuando Ceaușescu fue derrocado, la deuda estaba pagada. La
vida cotidiana de los últimos años del comunismo la retrató muy bien el
cineasta rumano Crisitan Mungiu en las Historias de la edad de oro
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El cine del régimen hoy - Albert Guasch |
Yo estuve en Iaşi,
la capital de la región de Moldavia, al norte del país, donde el peso de
la historia se hace evidente. Es una ciudad que conecta muy bien con el pasado imperial
de Europa. El centro histórico tiene edificios portentosos, dignos de cualquier
capital europea, aunque precisan restauración. Fue designada capital cuando los
Principados de Moldavia y Valaquia se unieron para formar el Reino de Rumanía. La
antigua sede del gobierno es ahora el Palacio de la Cultura, un gigantesco
palacio neogótico con poco que envidiar a Shönbrun. Sin embargo, no se puede
visitar; lleva años restaurándose y parece que no hay dinero para azuzar el
ritmo del lavado de cara.
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Lateral del Palacio de la Cultura Iasi - Albert Guasch |
La parte antigua de la ciudad parece construida a tontas y a locas; sin planificación alguna. Durante la era comunista se construía sin ton ni son y tras la revolución no había dinero para una remodelación concienzuda. Por ejemplo, la Iglesia Ortodoxa más bonita de la ciudad está a tocar de una universidad, uno de estos feos edificios grises de hormigón, a los cuáles tan bien les sienta el adjetivo “comunista”. No existe algo como la Diagonal barcelonesa que reúna los edificios comerciales y financieros, todo está esparcido por la ciudad. Esto es aún más surrealista en la zona de viviendas. Al lado de pequeñas mansiones con dimensiones parecidas a las de Pedralbes puede haber chozas con huertos. Los edificios públicos heredados del comunismo suelen ser viejos y cochambrosos, pero prácticamente mausoleos si algún día se restauran. Por ejemplo, la universidad más importante (en Iaşi hay 9) es digna de ser considerada un palacio. Es un caos urbano parecido al de vuestras primeras partidas al Sim City.
Curiosamente
las viviendas construidas en la era soviética son ahora casas de familias
adineradas: se cotizan mucho en el mercado. Las nuevos, que han sido
construidos con presteza y materiales baratos siguiendo la lógica del mercado,
son para famílias humildes. Es una de esas surrealistas contradicciones de la era
comunista. Más allá del centro, las afueras de la ciudad se parecen
más a las de cualquier otra ciudad occidental. Construidas ya después del
régimen, no se diferencian substancialmente con, por ejemplo, el área
metropolitana de Barcelona, sólo que las
carreteras son más anchas. Sin embargo, no hay muchos edificios contemporáneos
interesantes. La revolución, al parecer, no alcanzó la arquitectura. En todo el
tiempo que estuve vi sólo un edifico que me pareciera diferente y moderno: un
hospital para tratar enfermos del cáncer.
El diálogo de Radio Iaşi
Tuve la ocasión
de trabajar desde la sección de noticias de Radio Iaşi. Siguiendo la estela del
caos urbano rumano, a los de Radio Iaşi se les quedó pequeño el edificio
antiguo y construyeron uno más grande detrás. El otro, dicen, es el Plan B por si
jamás falla la emisión. Radio Iaşi era una delicia intergeneracional. La
generación que llevó a cabo la revolución convive con los jóvenes profesionales
que ya han ido de Erasmus.
De los primeros
había un hombre de unos 50 años que era geólogo pero que acabó ejerciendo el
periodismo. Siempre se olvidaba de la hora del boletín y tenía que ir corriendo
al estudio. Me contó un periodista veinteañero de la radio que le había tenido
que enseñar prácticamente todo en periodismo. Tenía también un vicio curioso:
contar siempre las visitas y actos del presidente sin ni siquiera mencionar qué
había dicho. El presidente ha visitado una asociación. Pues vale. ¿Ha dicho
algo importante? No sé. Una vieja manía que debió heredar del régimen donde cada
vez que Ceaușescu se desplazaba, se montaba una gran parafernalia.
Este periodista
convive con la generación Erasmus. En el turno de tarde trabaja una periodista
que se fue a Madrid de Erasmus y habla muy bien el castellano. Ella dice que al
volver de Madrid y aterrizar en Iaşi tuvo una depresión porque la comparación
de las dos ciudades dolía. También había un joven que había hecho Erasmus en
Lleida, hablaba el español y gracias (o debido) a los profesores empecinados en
hacer clase en catalán, lo chapurreaba. Radio Iaşi es un sitio donde el diálogo intergeneracional es ameno y funciona
en ambas direcciones.
Hacia el crecimiento
Esta brecha
entre los jóvenes y los profesionales viene a demostrar lo rápido que ha
cambiado el país. La nueva generación tiene ganas de tirar del carro. Esto ya se
nota en algunos campos: la nacionalidad más contratada por Microsoft son los
rumanos porque cobran sueldos bajos y están bien formados. Si algunas empresas
aún dudan al instalarse al país es por el déficit en infraestructuras. Hablé
con un empresario catalán afincado en Rumanía y decía que los rumanos en
general son desconfiados para los negocios. Les gusta que hablen el idioma y
para hacer negocios hay que situar la empresa ahí.
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Albert Guasch |
En general, Europa representa una esperanza para Rumanía, la sensación que esta vez están en el lado correcto del muro. En sus calles me reencontrado con unos viejos conocidos que ya no se ven tanto en España: aquellos letreros anunciando que una obra se construye con el apoyo de fondos estructurales de la UE. En general están contentos de pertenecer a la Unión aunque de momento no quieren cambiar del Leu al Euro. La otra cara de la moneda es que aún hay gente que siente nostalgia por el comunismo y traen flores a la tumba de Ceaușescu. No parecen ser muchos.
Existe aún
mucho respeto por la economía tradicional. A los rumanos les gusta lo natural,
lo ecológico, el contacto con su pasado agrícola. La agricultura sigue siendo
un puntal para el país, dando empleo a mucha gente. Prueba de ello es que el
rumano Dacian Cioloş, el Comisario de Agricultura y Desarrollo Rural sea uno de
los comisarios más respetados e importantes en Europa; pues maneja el 46.7% de último presupuesto de la UE,
que se destinó a la Política Agraria Común. Y si bien hay apego a la
tradición, también existe el respeto por la modernidad. Paradojas del país,
Rumanía está entre los líderes mundiales en velocidad de Internet.
Los principales escollos que debe superar Rumanía para
encarar un futuro más brillante son las infraestructuras y la corrupción. A
menudo, ambos temas van ligados uno a otro. Una vez atajados, las perspectivas de crecimiento son buenas y según dicen en The Economist “tiene el potencial para
dar alcance a los países más desarrollaos de la UE”. No solo los países grandes pueden
ser emergentes. Los pequeños también tienen derecho a despertar.
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Albert Guasch |